Simón Palacio_ Tame, Casanare, junio de 1819 Bajo un cielo encapotado y con el lodo hasta las rodillas, el Ejército Libertador avanza como un fantasma entre las sabanas inundadas. El general Simón Bolívar, con el uniforme empapado y la mirada fija en el horizonte, arenga a sus hombres: «No hay retroceso, solo la gloria nos espera». Así comienza una de las marchas más audaces de la historia: la travesía desde los Llanos de Arauca hasta el corazón del virreinato, una ruta que los españoles creían imposible.

El Cruce de los Ríos Malditos
El 4 de junio, las tropas vadean el Arauca bajo una lluvia torrencial. Los caballos resbalan, los soldados —descalzos y hambrientos— cargan fusiles oxidados y sueños de libertad. «Cada paso es una batalla», murmura un llanero mientras sortea el estero Cachicamo, una laguna traicionera que se traga a los rezagados. Tres días después, el ejército enfrenta al río Ele, crecido por las tempestades. Los hombres forman cadenas humanas para no ser arrastrados. «Fue como cruzar un mar de lodo y rabia, confiesa un soldado del batallón Rifles.

El encuentro en Tame: Santander y la reorganización
El 11 de junio, Bolívar llega a Tame, donde el general Francisco de Paula Santander lo espera con refuerzos. La aldea, un puñado de casas de paja, se convierte en cuartel general. Aquí, los granadinos y venezolanos —antes divididos— juran lealtad a una sola causa. Santander, meticuloso, revisa cada fusil; Bolívar traza en un mapa polvoriento la ruta hacia los Andes. «No es un ejército, es un pueblo en armas», dice un oficial mientras reparte plátanos, el único alimento.

Hacia Nunchía: El preludio de la gloria
El 23 de junio, la columna se adentra en la niebla de Nunchía. Los llaneros, expertos en el terreno, guían a los batallones por senderos que solo ellos conocen. Pero la cordillera se alza como un muro infranqueable. Allí está el páramo de Pisva —señala Bolívar—. Más frío que el infierno, pero nuestro camino a la victoria». Los soldados, descalzos y con harapos, miran hacia las cumbres. Saben que tras ellas aguardan Pantano de Vargas y Boyacá.

El Legado: Esta marcha no es solo una hazaña militar; es el símbolo de una América que se levanta. Indios, llaneros, esclavos libertos y criollos comparten el mismo destino. «No luchamos por un rey, sino por nuestra tierra», grita un joven recluta. Mientras la crónica se escribe, el eco de los cascos se pierde en la bruma. Pronto, el mundo sabrá que Bolívar no cruzó montañas: las partió en dos para fundar una nación.

7/8/25