Omar Romero- En un mundo agobiado por las guerras, las sanciones y los intereses económicos que devoran territorios y destruyen comunidades, la voz del presidente Gustavo Petro en China se levanta como un llamado urgente a la cordura. No fue solo un discurso, fue una propuesta de vida. Frente a la lógica de la confrontación, Petro puso sobre la mesa una idea poderosa y profundamente humana: el diálogo como principio civilizatorio.

El presidente colombiano habló en nombre de la CELAC, pero su mensaje iba más allá de América Latina. Habló de civilizaciones, no de bloques. De cooperación, no de competencia. Lo que planteó fue sencillo y radical a la vez: si la humanidad quiere tener futuro, debe aprender a conversar. No como formalismo diplomático, sino como proyecto político global.

Este llamado rompe con la lógica de “los buenos y los malos”, de las alianzas impuestas, de las hegemonías que dictan y los pueblos que obedecen. Petro propuso algo más profundo: un diálogo entre civilizaciones que se reconozcan como iguales, que se escuchen con respeto y construyan juntas un mundo más justo y menos violento.

¿Civilización o barbarie en la era de la inteligencia artificial?

En la actualidad, cuando se multiplican las guerras, las amenazas nucleares y el saqueo de los ecosistemas, hablar de diálogo suena casi revolucionario. Mientras algunos siguen invirtiendo en armas y muros, otros como Colombia en esta ocasión apuestan por puentes, trenes, cables de fibra óptica y cooperación científica. Ahí está el corazón del planteamiento: o nos organizamos para vivir juntos o nos resignamos a desaparecer bajo el peso de nuestra propia codicia.

Petro no es ingenuo. Sabe que el camino del diálogo es cuesta arriba. Pero también sabe que es el único que puede evitar el colapso. Por eso insiste: la descarbonización del planeta no es un lujo, es una necesidad urgente. La infraestructura intercontinental no debe construirse para saquear, sino para conectar. El comercio multilateral no puede seguir repitiendo las cadenas coloniales del pasado, tiene que pensarse desde la soberanía y la igualdad.

Lo que Petro propone no es un tratado comercial más. Es una nueva arquitectura del mundo. En ella, China y la CELAC no son polos opuestos, sino socios estratégicos en la construcción de un nuevo equilibrio global. Un equilibrio donde los pueblos dialogan en lugar de imponerse. Donde la diversidad no divide, sino que enriquece. Donde la vida, no el lucro, es el centro de toda política.

En tiempos donde el poder se mide por el volumen de las amenazas, Petro propone medirlo por la capacidad de convocar, de escuchar, de imaginar. Su discurso interpela tanto a los gobiernos como a los pueblos: ¿vamos a seguir permitiendo que nos dividan entre “aliados” y “enemigos”, o vamos a tomar la palabra para construir otro mundo.

Este es un momento de definiciones. La humanidad puede seguir atrapada entre potencias que se disputan el poder por la fuerza, o puede construir, desde abajo, un nuevo pacto civilizatorio. Uno que abrace la paz, la vida digna y el respeto entre culturas.

Desde China, el presidente Petro nos recordó que el diálogo no es un adorno de la política. Es su esencia más profunda. Y que en medio del ruido de las armas, a veces la palabra clara y firme puede ser la herramienta más poderosa para cambiar el rumbo de la historia.