Hernán Camacho Desde hace seis meses, el imperio norteamericano puso en marcha una guerra psicológica contra Venezuela, impulsado por su interés histórico de apropiarse de las riquezas petroleras y de disciplinar a un gobierno que no se subordina a sus mandatos. Estados Unidos pretende asegurarse un abastecimiento continuo para las refinerías de Illinois, Nuevo México y Texas, y para ello necesita un gobierno dócil en Caracas que no genere obstáculos en la región.
El lobby petrolero y Donald Trump coinciden en que las reservas venezolanas —millones de barriles de crudo pesado, minerales estratégicos y la riqueza natural de la Guayana Venezolana, territorio reconocido como venezolano desde las luchas libertadoras de Bolívar— deben ponerse al servicio del capitalismo puro y duro. Todo hace parte de la misma guerra psicológica que busca presionar negociaciones con el gobierno bolivariano encabezado por Nicolás Maduro. En ese contexto se produjo un diálogo clave que pone la atención en tres hechos: la llamada la hizo Trump directamente a Miraflores, la conversación duró diez minutos en un tono respetuoso y marcó el inicio de un contacto directo entre ambos mandatarios.
La guerra psicológica ha logrado desinformar sobre la motivación central de la pretendida intervención. La excusa sigue siendo la supuesta “guerra contra la cocaína”, una narrativa cuya sinfonía mayor dirige el senador Marco Rubio, experto en la ofensiva contra Cuba, Venezuela y Nicaragua; un viejo anticomunista que le ha prometido al lobby petrolero servirle a cambio de respaldo para la nominación republicana y reemplazar a Trump. De ahí su obsesión por asegurar la riqueza venezolana incluso por la vía militar, movido por su propia agenda política.
Al mismo tiempo, la narrativa mediática —sincronizada entre Fox, CNN, DW, El País y otras grandes corporaciones— insiste en la inminencia de un ataque militar y en la “extracción” de Nicolás Maduro. Se trata de una operación respaldada por documentos desclasificados recientemente, que muestran cómo Estados Unidos ha utilizado estas estrategias para preparar la opinión pública antes de cada ofensiva en América Latina.
El cierre aéreo decretado por Trump y adoptado dócilmente por algunas aerolíneas colombianas fue otro capítulo de esta guerra psicológica. La medida buscó transmitir la idea de un ataque inminente, mientras los medios amplificaban cada sobrevuelo militar estadounidense —práctica habitual en la región— como si fuese un hecho extraordinario. Las imágenes de preparación de tropas en Puerto Rico y la narración alrededor del portaaviones y su grupo de asalto, el General Forcé, se difundieron gota a gota, manteniendo en tensión a la opinión pública. En Colombia, algunos sectores de extrema derecha reclamaron replicar ese esquema, olvidando que Estados Unidos ya opera en el país mediante agencias, bases y operaciones encubiertas desde los años 70, como revelan documentos de la CIA recientemente expuestos.
La semana pasada, algunos medios difundieron la versión absurda del “exilio” de Maduro en Brasil, una película destinada a erosionar la estabilidad política venezolana y forzar nuevas presiones sobre el gobierno bolivariano. Todo esto al servicio de un único objetivo: llevar a Venezuela a una negociación desigual o al llamado “diálogo de Estado a Estado”, como lo ha denominado Maduro.
Por parte de Venezuela, la respuesta ha sido contundente. La solidaridad con Maduro se reflejó en los saludos de cumpleaños enviados recientemente por Vladímir Putin y Xi Jinping, líderes de la nueva política mundial de integración. Ambos transmitieron mensajes de cercanía que se reforzaron en la conmemoración de un año más de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, celebrada en Rusia, donde los tres mandatarios intercambiaron durante más de dos horas y compartieron una cena privada que evidencia la solidez del vínculo político.
En esta guerra psicológica se insiste en que se negocia la salida de Maduro o una intervención militar. Nada más falso. Estados Unidos no arriesgará un ataque directo contra un país con un ejército moderno y cohesionado; la base social venezolana rechaza categóricamente una intervención; y la oposición carece de liderazgo, partido, proyecto y capacidad para influir en unas Fuerzas Armadas formadas durante tres generaciones en la doctrina antiimperialista. Hasta ahora no ha existido una sola alerta militar que represente una amenaza real para la Milicia Bolivariana.
Lo que sí existe es una intensa ofensiva psicológica contra los pueblos del continente. En Venezuela, sin embargo, se mantiene firme la conciencia social y la cohesión ciudadana, sosteniendo un proyecto político que resiste y que, pese a la presión internacional, sigue apostando por la paz.
4/12/25