Prensa UP_ La reciente acción armada contra un buque con petróleo venezolano por parte de Estados Unidos volvió a desnudar la esencia de su política exterior: la piratería moderna. No es un acto aislado ni un “procedimiento legal”, como intenta maquillarlo Washington. Es —como denunció el gobierno bolivariano del vecino país— la muestra más clara de la “pretensión obsesiva de apropiarse de los recursos naturales” de Venezuela y de todo el Caribe. La decadencia imperial, incapaz de aceptar un orden multipolar, recurre al saqueo abierto mientras habla de democracia y libertad.
En paralelo, Donald Trump, desde su campaña presidencial, decidió convertir a Colombia en blanco de sus amenazas. En un tono propio de un virrey del siglo XIX, advirtió que Gustavo Petro sería “el siguiente” si no modificaba su postura frente a Venezuela y sus críticas a la política antidrogas estadounidense. Ante semejante agresión, el presidente colombiano respondió con datos, serenidad y dignidad: invitó al magnate a venir al país y ver, con sus propios ojos, cómo se destruyen 17 laboratorios de cocaína cada día, unos cada 40 minutos, desmontando el mito de la supuesta permisividad del Gobierno.

Lejos del guion que intenta imponer Trump, Petro recordó que su administración ha realizado 1.496 operaciones militares, 13 bombardeos, y ha logrado la mayor incautación de cocaína en la historia mundial: casi 4.000 toneladas. Todo esto mientras mantiene en cero el crecimiento de los cultivos de coca, según mediciones satelitales. Un logro sin precedentes que, paradójicamente, es ignorado por Washington y manipulado para justificar amenazas y presiones políticas.
Mientras Estados Unidos roba petróleo, presiona gobiernos y sueña con abrir un frente de conflicto por la Guayana —la reserva petrolera y natural más grande del continente—, el Gobierno del Cambio enfrenta a las mafias que históricamente financiaron a la derecha colombiana, persigue sus capitales en el sistema financiero internacional y defiende el principio elemental de soberanía: ningún presidente extranjero puede tratar a Colombia como un protectorado. Petro fue claro: tiene diferencias con Washington sobre Palestina, migración, el Caribe y Venezuela, pero en una democracia global tiene derecho a expresarlas sin ser intimidado.
La conclusión es evidente: Trump quiere incendiar el vecindario para apropiarse de recursos estratégicos, mientras Petro desmonta las redes de narcotráfico, denuncia el intervencionismo y defiende que América Latina siga siendo región de paz, no territorio de saqueo. Entre la piratería del imperio y la construcción de soberanía, el continente vuelve a enfrentarse a una disyuntiva histórica. Y Colombia, esta vez, no está del lado de los arrodillados.