Por: ANA ELSA ROJAS REY – anarey28@hotmail.com

La pandemia del covid-19, puso al desnudo la grave crisis económica que venía sufriendo la población colombiana especialmente las mujeres, uno por ser la violencia de género, como categoría de opresión y dos, porque de allí hace tránsito a otras violencias: la violencia económica, la violencia sexual en medio del conflicto armado, la violencia al interior de sus hogares, lugar donde se ejerce violencia física y psicológica, la violencia en el espacio público, los feminicidios y los femicidios, la violencia en redes sociales, que funciona como un mecanismo de control, a su vida, a su cuerpo y por ende a su personalidad, es decir se moldean como una plastilina de acuerdo al capricho de los agresores. Este fenómeno ha ocurrido siempre, pues, después de la Revolución Francesa, las mujeres quedaron inmersas en el mundo de lo masculino, atrapadas en lo genéricamente humano; la humanidad, la Sociedad, los hombres, la ciudadanía, sujetos, y en estas generalizaciones desapareció lo femenino, cayendo en el imaginario de lo identitario, de ahí la importancia del lenguaje incluyente, pues, lo que no se pronuncia no existe, como dirían las feministas constructoras de esta ciencia social, que ha revolucionado el resto de las ciencias en los últimos tiempos.

El Covid-19 también puso al descubierto la opresión de clases, los servicios básicos están en manos de los privados; salud, vivienda, educación, agua, energía eléctrica, internet, gas y en medio de la pandemia, el valor de estos servicios son imposible de pagar por su exorbitante alza precisamente en periodo de cuarentena, más, cuando el 65% aproximadamente del empleo está en la informalidad y quienes lo ejercen generalmente son las mujeres, situación que ha pauperizado la vida de muchas familias donde la responsabilidad recae en la mujeres. Sin lugar a dudas, es en el modelo neoliberal donde se agudizan las violencias contras las mujeres, niñas y niños, es dentro este modelo que una, pocas mujeres explotan a la inmensa mayoría de ellas, por eso, no es casual que sea una mujer la que diga que el pueblo colombiano “es un atenido” y otra que diga que el trabajo digno “no puede ser de las 8 horas, que con una o dos horas son suficiente” o, “que los sicarios en tiempo de pandemia, no piden permiso para asesinar a lideresas y líderes sociales” quitando la responsabilidad al Gobierno de velar por la vida de sus gentes sin excepción alguna. En la medida en que las violencias acrecientan contra las mujeres, se duplican también las responsabilidades; las mujeres siguen siendo las cuidadoras tradicionales, cuidadoras del hogar, de la familia, son las mediadoras para preservar los cuidados emocionales, muchas de ellas les toca hacer uso del silencio, para que entre hermanos, hermanas, parejas no exploten, deben hacer de psicólogas, para evitar las tragedias que suelen suceder en el encierro, las cargas emocionales son tan fuertes que a veces hasta las lleva al suicidio.